viernes, septiembre 18

Vida de Madrid



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En Madrid la gente duerme poco: las caras que se ven por los transportes públicos de esta ciudad a primera hora inspiran una ternura maternal intensísima. Incluso cuando uno duerme el número suficiente de horas -en relación a sus necesidades personales- y sale de la cama de un brinco le invade una cierta modorra al entrar en el vagón y verse rodeado de tanto bostezo, de todas estas caras largas por las cuales uno siente una verdadera lástima.

También parece inevitable pensar en las horas a las que estos ciudadanos, tan dormidos a primera hora, terminan de desperezarse. La productividad de estos trabajadores no debe ser la óptima.

Yo le pediría a los madrileños que descansasen más y mejor.

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viernes, septiembre 26

contra el hombre


Hay un tipo de hombres que no valoran lo que tienen hasta perderlo.
Dentro de estos hay unos -muy concretos- que son bien conscientes de que hasta que no lo pierdan todo no alcanzarán a poner en valor aquello que una vez fue suyo; y así viven constantemente en un bucle melancólico de aúpa.

Tantos a unos como a otros se les distingue enseguida, y yo habré conocido a alguno, pero no me di cuenta de cómo eran hasta que no los perdí para siempre de vista.


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

lunes, agosto 11

estos días de invierno: la muerte y el turista

Al museo del Holocausto que armaron los judíos en la ciudad de Buenos Aires se puede llegar recorriendo alguna de estas calles cualesquiera que componen la capital. También, si uno así lo desea, se puede atravesar una plaza muy concreta, cuyo centro está dominado por un gomero majestuoso: es un árbol que crece tumbándose (y como mostrando un espíritu perezoso, medra muy poco hacia arriba: casi no tiende hacia el cielo, como se suele leer) ante el cual le entra a la gente unas ganas enormes de imitarlo y echar una cabezada, una pequeña siesta de estas con las que los españoles somos tan frecuentemente identificados y confundidos.

Las calles a las que se hace referencia tienen este aire europeo que reina en toda la capital; y enseguida se llega a este museo.
La puerta de entrada pesa lo suyo: es de hierro macizo forjado con estas volutas de formas que imitan la naturaleza; es de estas puertas ante las cuales, al pasar por delante, hay personas que exclaman ¡qué puerta tan grande! con mucha gracia, esta manera que hace reír al que oye o escucha. Luego de cruzarla y pagar el precio de la entrada, se llega a este recinto donde uno agradece el orden -la cronología- que impera, pues ayuda a hacerse unas pocas ideas más o menos aproximadas del periodo que se pretende explicar. Sobre estos años que cubre el museo poco podré añadir yo, que no soy historiador ni poseo la mínima cultura que -una simple aproximación al tema- requiere.

Algo se podrá añadir, sin embargo, sobre las razones que le empujan a uno (que hace de turista por Buenos Aires durante unos pocos días) a entrar a sitios donde, sobre todas las cosas, va a dar de bruces con la muerte y el horror absoluto; aunque la vitrina y el tiempo ayuden a amortiguar un poco los efectos y sensaciones. El asesinato batiendo todas las marcas -en tiempo, espacio o número- y hoy hay varios museos repartidos por el mundo cuyo objeto es representar el horror de la manera más exacta posible, se deduce que para ir azuzando la memoria. Posiblemente sea esta cualidad psíquica, en concreto su búsqueda, hallazgo y retención, la que arrastró a este turista que nos ocupa hacia el museo. Fue consciente, desde la primera fotografía, de que era importante mantener la calma e intentar aplicar -durante todo el recorrido- alguna lógica o rigor científico que brinde una suerte de defensa, acaso un arrimo suave a las caras de las fotos, a los hechos descritos, a los métodos y los números, al zyklon B o los sonderkommandos; es decir, intentar aplicar un prisma de hombre tranquilo: de hombre de ciencias. Pero el equilibrio fue imposible: el turista fracasó pues no estudió ciencias y son materias que no domina; y con la sensación de fracaso acabó saliendo por la pesada puerta para descubrir alguna cosa más de esta capital.

Hubo pues que continuar estas vacaciones. Venir a Buenos Aires y pasar unos pocos días por aquí es un viaje al que se ha de tener cierta consideración, cierto aprecio incluso. Yo había oído hablar de este amor y me sugirieron repetidamente.
Las opciones en cuanto a paseos o visitas son variadas, y gracias al amigo bonaerense R., quien aportó mucho músculo a los tours, fuimos bien ágiles. Yo le tuve mucha estima a una cafetería donde me dicen que iba Borges de joven, y frente a la cual hay otro gomero majestuoso, un gomero del siglo XIX que se extiende a lo ancho -leo por ahí- unos 50 metros. Este árbol atrae a muchos clientes hasta la terraza, se les puede ver sentándose y pedir una café con estas medias lunas tan locales, y ponerse a contemplar el tronco, las raíces, las hojas, los frutos que caen, etc. hasta que les entra un poco de modorra.


Esta ciudad, a pesar de todo esto, no estaría exenta de algún peligro de -digamos- percepción. Es este: en Buenos Aires el europeo medio se encontrará como en casa, y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folclore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Yo, que tengo algún contacto por Francia, he escuchado que América Latina está de moda entre los jóvenes de ese país; moda que quizá se podría extrapolar a otros países de Europa.
Luego de un tiempo viviendo en este país -Perú- por donde también se ha hecho algún viaje, uno ha llegado a dominar la técnica para identificar al turista, dejando de lado las teces. Todo turista que viene al Perú paseará, antes o después, con un chullo peruano en la cabeza. O posará para una foto con un chullo bien colorido cubriéndole el pelo. Así se les puede identificar, pues yo no he conocido a un solo peruano que los use, y parece que la industria textil que los confecciona hasta exporta, visto el éxito entre el extranjero.
En efecto, el chullo es casi una tradición ya. He ido controlando a las visitas que han pasado por casa: todas sucumbieron al chullo: todo el mundo tendrá su foto o su chullo en la maleta (o sobre la cabeza) al salir del Perú. Yo también tengo mi chullo, que sólo saco cuando hay alguna cámara de por medio.
Habría algún apunte más: se suele oír hablar de la autenticidad de América Latina, representada -según parece- por países como el Perú o Bolivia; se trataría de una autenticidad siempre contrapuesta a ciudades como Buenos Aires (bastante menos auténtica), no digamos ya con las europeas (en absoluto auténticas). América Latina es un lugar auténtico, dicen.
No he podido evitar preguntarme repetidamente el por qué de esta afirmación, el dónde reside exactamente la autenticidad de este continente. Quisiera conocer las razones por cuales este país donde vivo es un país auténtico.
C., que es una mujer valerosa, me dio la clave hace unos días: es el subdesarrollo. El subdesarrollo funcionaría, en esta concepción del turista, como un elemento más del paisaje, algo que se sabe está ahí y que por tanto puede ser visitado o fotografiado. El subdesarrollo como un elemento identificador de un continente, éste desde el que se escriben losadioses, con sus pobres, con sus infraestructuras deficientes, sus políticos tan locales, sus economías de vaivenes, sus cuartelazos, sus vestimentas de hace ya un tiempo: forzosamente el turista también contempla todo esto al planificar los posibles destinos y por tanto exige su derecho a verlo.
En Buenos Aires, por tanto, es posible que sí se de el subdesarrollo, ma non troppo; y quizá esto desencante algo al turista desinformado que venga buscando esta América Latina del folklore que tanto éxito cosecha entre la juventud. Y un turista desencantado puede ser una cosa muy peligrosa.



Yo, cuando hago o deshago las maletas de un viaje siempre -pero sobre todo cuando las hago- procuro tener a mano este artículo del escritor Arcadi Espada; un artículo que se usó en su día y que hoy continúa imbatible, esperando a ver quién supera cosas como estas:
"En efecto, yo soy un viajero con impedimenta. A los viajes me gusta llevarme, incluso, los problemas, confiando en el mito romántico de que volveré con ellos solucionados y al fin hecho un hombre (...) Siempre me han parecido de una gran ingenuidad esos viajeros que anuncian sus propósitos de ser, por un mes, indonesio, francés, keniata o mexicano, según el destino anual, y que eligen el camaleón como figura simbólica de su carácter. Por el contrario yo he viajado siempre para confrontarme con lo que veo y proceder casi de continuo al odioso (pero menos odioso que instructivo) juego de las comparaciones. Y para precisarlo algo más, y como Camba, yo he viajado siempre, y sobre todo, para ciscarme en España, lo que resulta facilísimo (...) he andado por el mundo con el yo demediado durante muchos años y experimentando a cada regreso una insensata alegría. Más que volver a la ciudad, volvía a mis hábitos, alimenticios, lectores, conversacionales, tan duramente labrados. Y no había ocasión en que no me preguntara si en realidad no viajaba para amarlos, como suele suceder con algunas cosas que se pierden."
En fin. Con la multitud de compañías aéreas caras y baratas que se han creado -y con éstas, sus promociones y discounts- se pueden hacer tantos viajes hoy día... Hay multitud de posibilidades, y luego uno puede incluso sentarse y escribir alguna cosa sobre lo que vio o le contaron.
Esto fue un turista que iba por Buenos Aires.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

domingo, julio 13

el lugar de un hombre



Hagamos un poco de memoria...

Yo tenía un conocido, hace algún tiempo, que solía decirnos (él hablaba así, de manera un tanto genérica o argentina: disertaba un poco para su público y un mucho para sí mismo: era de esta gente que habla escuchándose) que el mayor crimen -crimen nuclear, decía- que sufren los hombres era el paso del tiempo, y que hasta aquel entonces nadie había hecho gran cosa al respecto. Habiendo fracasado en sus estudios de medicina (siendo él de una de estas familias de médicos tan locales) clamaba por la pasividad de los doctores e investigadores galenos, y algo menos por la indiferencia del resto de ciencias.
Uno de sus pacientes oidores le solía mentar, a media voz y desde el fondo de donde nos encontrásemos, los antibióticos (¿y los antibióticos? ¡con los antibióticos de nuestro lado estamos ganando esa guerra!); y entonces este conocido lo miraba con unos ojos achinados, vivísimos, que recorrían el cuerpo de arriba abajo y respondía:
-Yo le hablo de la vida que pasa, ¡y este me sale con matar bacterias!
Nos decía todo esto, y muchas otras cosas, con una afectación que no le ayudaba nada a la hora de hacer llegar el mensaje, siempre con floripondios y usando un minuto para lo que se puede decir en medio; y por estas cosas yo desconfiaba.
Luego, algunos años después (no tantos) he ido llegando hasta aquí, cuando empiezo a entender a este conocido del que hablo, aun sin haber terminado de aceptar sus formas ni filigranas.
La mayor creación del paso del tiempo, me digo, es la memoria, y con ella los problemas morales que provee.
La presencia del pasado ha ido adoptando -de la forma más inopinada que el lector imagine- unas dimensiones formidables, desaforadas, vastísimas. Durante este proceso las personas que pasaron, los paisajes que desfilaron, los detalles a los que se prestó algo de atención, algún olor que llegó de manera vaga o intensa, las caras a las que atendimos: la percepción de lo que se vivió es cambiante, siempre desorientadora, imposible de abarcar o definir. Así, la presencia turbadora -demencial- de la memoria ha ido dejando un trazo grueso que por ahora no adopta ni una forma ni la otra; que únicamente traería alguna pregunta de índole moral, a las cuales no aporta ni una respuesta ni media.

Ciertamente, a mi lo que me preocupa desde hace algún tiempo es el paso de los días, meses o años y su acumulación de recuerdos, tan vivos que a veces uno no sabe cómo hacer que dejen de seguirle, es decir, a veces hasta duelen.
En este sentido, yo, que hasta tengo un blog, le puse la frase de bienvenida que cuelga un poco más arriba: y los días iban pasando, algo que no advertí en su momento y que ahora tiende a encajar.
¿Qué más queda? Escribir por tanto en un blog cosas como ésta es una opción. Pero, como ya habrá intuido el lector a estas alturas, son opciones perfectamente estériles, por supuesto. Me confirmaron hace poco, hace no mucho: "no hay nada tan disciplinado como el tiempo": ante semejante rigor es mejor ir dejándolo.
Sí, se trata de un asunto serio, difícil de lidiar: me siento totalmente incapaz de aportar algo -algo más o algo más serio- a una cuestión tan sensacional.


Me vino todo esto hoy, mientras de nuevo hacía algún ejercicio de memoria...


Y los días van pasando: espero que estéis bien.

viernes, junio 20

un problema español

Me reúno, en una de estas tardes que ofrece el invierno de por aquí -tardes en las que se cierra la luz de esta forma tan rápida- con el señor don J.B., antiguo ministro de este país. Paso a visitarlo a última hora, cuando ya ha debido liquidar los asuntos del día: paso a verlo por su despacho.
Este B. regresó, luego de su paso por la cartera de Justicia, a lo privado, donde parece lucirse: a mi esta sala donde me hacen esperar mientras no baja el señor B. me parece un sitio muy convincente para hacer cualquier tipo de negocios, pues uno siente aquí que la tendencia a cerrar tratos es muy positiva, creciente en comparación con otros sitios: es un ambiente que invita a entenderse:
Me fijo y toco las solapas de los mamotretos de leyes del Perú que hay en la estantería -libros de hace ya un tiempo-, palpo el grueso enmoquetado en el que los pies parecen mullirse -acaso el cuerpo entero-, me paseo por los recuerdos de los retratos que cuelgan de estas paredes, procuro captar los olores de las cosas viejas que me rodean; en definitiva, agradezco de veras el orden que, estando solo, se siente en esta sala.

Entra B. Hombre mayor, yo he venido sobre todo a escucharle, y él ha creído conveniente regalarme un rato, para ver si ya puestos le consigo algún cliente -alguna empresa que contrate sus servicios de abogado.
El señor B. me hace un retrato de cómo están las cosas por Perú, pero de esto ya se habló: aquí la gente está, por fin, haciendo algo de dinero: buena noticia para todos, la cual nos lleva a hablar un poco del futuro, y de cómo pueden venir dadas. Esto es una incógnita. Como sobre las incógnitas no suele haber acuerdos, nos ponemos a hablar de España. Tampoco en esto hay puntos de encuentro. Llegando aquí, le dejo hablar al ex-ministro, pues yo veo que se trata de una conversación que va dando tumbos, sin mucho ton ni son, y me limito a escuchar.
Da gusto oír hablar a este hombre. Un ex-ministro es siempre un ex-ministro, y yo, estimado lector, soy de los que tiene una cierta estima a la gente que sabe llevar sus antiguos cargos, y en el caso de los Ministerios esto debe ser una tarea considerable.

Así, en esta segunda parte donde yo no hablo, me pongo a pensar en los ministros que ha habido en España, y este pensamiento me oscurece algo el ánimo. Me paro a pensar en algunos de los ministros de ahora, y me entristezco de veras. Esta gente que ha llegado alto en España ¿qué oposiciones han aprobado? ¿han destacado algo -un algo- en lo privado, en la empresa? ¿de dónde han salido? Esta manera de expresar las ideas que utilizan: ¿es normal? Esta gente, tan empingorotada, ¿quiénes son? ¿lo harán bien?
La política en España es un guirigay ensordecedor, tremendo.

De esta manera, mientras yo estaba pensando en mis cosas, el señor B. se ha debido cansar de esta compañía, algo abstraída, así que me va despachando de manera educadísima, tanto que no me doy cuenta.
Una vez en la calle, ya de noche cerrada, me vuelvo a casa, dando un paseo, con alguna impresión, vaga, rondando el espíritu.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

miércoles, mayo 28

Un problema peruano


Me encuentro con mi gran amigo C. paseando por una calle limeña, al costado de los malecones: por aquí la ciudad respeta algo al peatón (un algo que resulta ser siempre insuficiente).

Este C., hombre entrañable al que hacía días que no veía, es un español quien últimamente anda preocupado, yo esto se lo noto nada más estrecharle la mano: me dice que ha sufrido algunos alifafes que le han dejado algo desorientado, pues no se los esperaba. C. ya tiene sus años, muchos más que los míos, años que últimamente lleva de aquella manera.
Yo, sobre todas las cosas, encuentro que se le han juntado los kilos, demasiados, todos por la cintura, gordo, un cuerpo como de pera, con una falta de agilidad tremenda, sobre todo cuando nos ponemos a andar, acompañándonos. Un momento dado me coge del brazo para hablarme, bajando algo la voz dice:
-Estos achaques... lo mío anda mal, muy mal: son los negocios que no terminan de avanzar.

Lo suyo: C. tiene una gran fe en un proyecto en el que lleva metido un tiempo, que fue la razón por la que nos conocimos, pues alguna cosa de estas veo en mi trabajo de ahora. Un proyecto mastodóntico, granítico, inabarcable por la cantidad de dinero que requiere, del cual me ha hablado muchas veces -aunque esta es la primera que lo hacemos frente al mar, cosa que se agradece. Así, por razones que no vienen al caso, el proyecto no termina de arrancar, lo que le genera a mi amigo una comezón que a mi me pone algo triste.
En cualquier caso, el proyecto puede dar una cantidad de dinero considerable a mi amigo, si termina por salir.

Es esta sensación -hacer dinero- la que en estos momentos reina en el Perú: la impresión general es que el que posee un dinerillo ahorrado y decide invertirlo puede ganar otro poco, e ir avanzando con la reinversión. El peruano -de carácter por lo general poco avispado para los negocios- empieza a cuidar la idea de hacer crecer al país mediante la inversión: cada vez hay más empresas, más comercio, más bancos, más prensa salmón: sí, los negocios van avanzando. Esto es algo insólito en el país, e infrecuente en el continente -exceptuando a los chilenos.
Yo creo que esto, estas enormes expectativas creadas, lo son todo, pues se contagian por Lima a una velocidad magnífica. Estas expectativas, o siendo exactos, su inexistencia, eran un problema peruano que atoraba al país. Ahora que el país echa a andar va dejando atrás esto y otras cosas; y de paso sus ciudadanos van ganando un dinero -como para ir tirando.

O así se lo hago ver a mi buen amigo C., quien, cariacontecido, se molesta un poco con mi respuesta optimista ante estas inquietudes locales que me plantea. Pero yo le entiendo, pues este hombre es muy terco. Después de casi 50 años en Perú mi amigo no posee ninguna cualidad del carácter local, que son muchas.

Lo que más ha unido a C. conmigo es el hecho de que ambos somos de la capital de Aragón. Nunca he visto un carácter tan de la tierra: es un aragonés muy terco, algo rígido en los pensamientos, y muy devoto de la virgen del Pilar, a la que suele nombrarme a menudo, sobre todo cuando habla de la providencia que va zurciendo los negocios: este hombre nunca dejará de ser lo que es, esto es, un carácter muy zaragozano, un localista extremo, muy de la tierra que pisaba en su día.

Y los días van pasando: espero que estéis bien.

sábado, mayo 17

La tarde, por última vez.

Ya eran días, días en los que casi he llegado a perder la costumbre de sentarme en este cuarto que da al patio interior y levantar la persiana del blog. Hoy, luego de haber comido en la gloria, y mientras rumiaba el vino, he vuelto por donde solía, acumulando alguna cosa que paso a contar; o esta sería mi pretensión.

Pero antes de nada habré de decir, pues no creo haberlo hecho antes, que a mi, como a Camba: "la idea que yo les dé a ustedes será casi siempre una idea personal, y por eso necesito que ustedes me conozcan antes de entrar en tarea para que no me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma". A mi, pues, como a Camba.

Yo he estado por aquí, por Lima, intentando hacerme con mis costumbres: son sus yuxtaposiciones las que vendrían a conformar una vida. En este caso la mía, lo cual me hace estimar mucho estas costumbres.

Vine a esta ciudad -a pasar una temporada- entre otras cosas atraído por su literatura, por lo que yo había leído y que al parecer tenía como escenario esta capital. En fin, aquí tengo que reconocer el error de haberme dejado guiar por las mentiras que componen la literatura. Pues aun cuando son ciertas no dejan de ser verdades muy bien mentidas, como dijo Onetti.

Guiado entonces por aquellos engaños, yo pensé que venía a descubrir una ciudad -Lima- que no solo no existe tal cual la leí, sino que hace años que dejó de ser. Y también aquí hubo dejadez por mi parte, enorme, imperdonable, pues no tendría más que haber descolgado el teléfono y llamar para preguntar si esto o aquello seguían como acababa de leer: en Lima el pasado no existe, pues las ciudades que cambian tanto en tan poco tiempo suelen prescindir de la memoria para acoger, mal que bien, a los que van llegando.

Lima se dejó llevar, y el resultado son sus calles y barrios, imposibles de transitar por el papel que juegan en el drama estético. Esta conclusión ha requerido algún tiempo, pero ha sido un alivio llegar hasta aquí. Porque ahora me queda saber qué ciudad estoy buscando, es decir, la ciudad como deseo y también como quimera. He decidido, para esta tarea, hacer uso de los periódicos y dejar de lado la literatura durante algún tiempo. Por si las decepciones.

"[Lima] Se ha vuelto una urbe donde dos millones de personas [hoy son más de ocho] se dan de manotazos, en medio de bocinas, radios salvajes, congestiones humanas y otras demencias contemporáneas, para pervivir. Dos millones de seres que se desplazan abriéndose paso (...) entre las fieras que de los hombres hace el subdesarrollo aglomerante. (...) El embotellamiento de vehículos en el centro y las avenidas, la ruda competencia de buhoneros y mendigos, las fatigadas colas ante los incapaces medios de transporte, la crisis de alojamiento, los aniegos debidos a las tuberías que estallan, el imperfecto tejido telefónico que ejerece la neurosis, todo es obra de la improvisación y la malicia. (...) [el de provincias y el extranjero] llegan a la ciudad llenos de futuro y, al cabo de unos años, han derrochado, en no se sabe bien qué, la voluntad de progreso que los desplazó."
Sebastián Salazar Bondy, Lima la horrible

"Uno nace en la ciudad que inventa. Uno inventa la ciudad en que vive. Entre una y otra, uno es inventado por realidades cotidianas. Y lo más cotidiano es el recuerdo."
Manuel Ramos Otero, La fea Otero

"Quizá esta deformación de la realidad se deba a una sensación, por parte del exiliado, de que, en efecto, ni la tierra abandonada ni la ciudad que le ha acogido hacen parte ya de su propia identidad."
Dioniso Cañas, El poeta y la ciudad. Nueva York y los escritores hispanos

El invierno ya ha comenzado en Miraflores.
Y los días van acortándose: espero que estéis bien.